Estoy tumbada en el jardín. Es un cálido día de primavera y las flores se balancean con la suave brisa que las azota cariñosamente. Se mueven como las olas de un mar de colores y los insectos entran y salen de él con su alegre danza, espolvoreando el fino polen que recogen de los lirios, amapolas y azucenas que se extienden a lo largo del ancho jardín.
También el roble a despertado al fin de su letargo invernal y de él surgen pequeñas flores rosadas. En una de las ramas descansa un nido de golondrinas que regresan a su hogar después de un largo camino.
Miro hacia arriba y puedo ver esponjosas nubes que ponen en marcha mi imaginación. Puedo ver un conejo sonriendo felizmente y ¡vaya! una cara que me guiña un ojo.
Así paso la tarde hasta que llega una luz crepuscular que me despierta de mi sueño y me avisa de que ha llegado la hora de volver a casa...
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